El funeral de Lolita by Luna Miguel

El funeral de Lolita by Luna Miguel

autor:Luna Miguel [Miguel, Luna]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2018-10-31T16:00:00+00:00


32

«La amistad es diez por ciento empatía y noventa por ciento envidia», lo había leído en una revista de una sala de espera.

De Quinoa envidiaba su determinación a la hora de mantener una dieta sana. La forma que cualquier tipo de pantalón vaquero daba a su culo. El tatuaje de la pantera negra que lucía en el antebrazo. Y también su valentía a la hora de practicarse un aborto, incluso cuando su familia la amenazó con dejar de dirigirle la palabra.

De Loreto envidiaba sus tetas mullidas y a su gato Pelusón. Su capacidad para organizar fiestas en casas ajenas, su natural conversión al lesbianismo cuando cumplió los treinta y cinco e incluso la también natural aceptación de su estrabismo: «Algunos tíos me pedían que cerrara el ojo malo cuando les estaba haciendo una mamada, pero también había tíos que me pedían que solo abriera ese. Los hombres son un misterio. Desde que estoy con Jana soy más feliz».

Pero ¿qué envidiaba de Rocío?

Helena miró su rostro brillante y apacible, concentrado en elegir la patata con más salsa brava.

Eso era: lo envidiaba todo.

Durante los años de colegio, la envidió por el simple hecho de tener madre. Se retorcía por dentro cada vez que le hablaba de ella, o cada vez que se la encontraba a la salida del colegio, tan alegre, tan amable, con una palmera de chocolate recién comprada en las manos, lista para dársela a su «Ro».

A ella Fernanda nunca la había llamado con abreviaturas.

A veces fue Helenita.

O Helenitita.

Pero nunca fue He. Ni Le. Ni tampoco Nita, ni Lena, ni Tita. El problema no era solo «Ro», sino también las buenas notas de Rocío en ciencias, sus piernas de vello rubio, su pronunciación del inglés, su voz afinada en el coro, su saque en voleibol, su éxito con los chicos de cuarto…

—Hace poco vi una ecografía en 3D y no podía creérmelo —dijo de pronto Rocío—. Tiene mi nariz y los mofletes de su padre.

—¿Puede verse así, tan fácil?

—Sí, es increíble. La calidad no es muy buena, pero te haces a la idea de cómo es tu pequeña. Parece una patata arrugada.

—«Elena la patata», me gusta.

—Sí, es mi patatilla. Ahora voy a clases de preparación al parto, son mucho más divertidas de lo que imaginaba.

—¿Allí hacéis eso de sentarse en pareja sobre una colchoneta mientras las mujeres fingís que expulsáis un Nenuco de la entrepierna? Lo vi en una peli.

—Algo así, pero nos vamos turnando el bebé.

—Qué cutre.

—Hay cosas peores. Por ejemplo los vídeos.

—¿Vídeos de partos?

—Vídeos de partos reales con cabezas de niños reales saliendo por vaginas reales. A los padres les sacan los colores…, pero la mayoría de nosotras lloramos al verlos.

—¿Por el dolor?

—No, por la emoción.

—Uf. Yo no podría soportarlo.

—¿Tú? Claro que no podrías.

Diez por ciento empatía, noventa por ciento envidia. En el caso de Rocío, ese diez por ciento solo podría ser compasión. Helena volvió a levantar la mano para reclamar la tercera copa de vino de la noche. Tenía las mejillas rosadas por el alcohol, pero también por la emoción de haber comprendido.



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